La puntada llegó en medio de la espesa noche. Con temor, puso su mano un poco más abajo del vientre. Y tuvo miedo. Los dolores de panza habían comenzado después de la cena. ¿Si me quedo en casa y mañana no me despierto viva?, se preguntó Elizabeth Ibáñez, de 22 años. Le pidió ayuda a su madre, Natalia, y enseguida fueron al CAPS más cercano, en el barrio Ejército Argentino. "Podría ser una apendicitis", le dijo una médica antes de cerrar el centro asistencial. "Acá no podemos hacer nada. Tenés que ir a un hospital", le sugirió.
Entre el pánico, la incertidumbre y el dolor, buscó algo de plata para el taxi. Caminó unas cuadras. Era medianoche y no fue fácil viajar hasta el hospital Padilla. Mucho menos mientras sentía ese fuerte dolor bajo el estómago. Ya había pasado una hora. Llegó pensando que atravesaría las puertas de la emergencia, le darían un calmante y pasaría a la camilla. Nada de eso. Se hizo la madrugada y Elizabeth continuaba en la sala de espera, detrás de una larga fila de pacientes angustiados, desesperados.
"Llevo más de dos horas y ni siquiera me ha visto un médico", renegaba. Sentía que sus piernas se vencían. "Te juro que hubiese preferido quedarme en casa y morirme ahí", confesó. Como ella, a muchos de los que estaban en la guardia el miércoles a la madrugada la enfermedad se les convirtió en furia.
No es la primera vez que Elizabeth busca atención médica nocturna. Sabe que es perder muchas horas golpeando puertas de consultorios, soportando el dolor. Sabe que después, cuando le den una medicación, no será fácil encontrar una farmacia de turno. Está convencida: "a la noche cualquier cosa que te pase siempre será más dolorosa". Lo dice cuando ya son las tres de la mañana y sigue dando vueltas por la reluciente nueva guardia.
Es cierto, opinan los pacientes. Lo confirman los médicos. A la noche duele más. La infección en la muela, la angina, la espalda, el apéndice. Será la oscuridad. Será que lo que duele a esas horas también es la sensación de que somos más frágiles, la idea de que por todo hay que esperar y que pocos podrán ayudarnos.
Después de un rato de espera en el hospital algunos pacientes prefieren huir. La mayoría de los que recorren varias cuadras o kilómetros en busca de un médico son padres angustiados por sus hijos pequeños y mayores con dolencias crónicas. Hay fiebre, tos, vómitos, dolores en los huesos, en la cabeza y en el corazón. Hay diabéticos a los que se les disparó el azúcar y también almas desesperadas con ataques de depresión. Todos ellos tendrán que esperar. La urgencia está primero: la de los accidentes de tránsito, la de los heridos de bala o arma blanca, la de aquellos que intentaron quitarse la vida.
"De noche tenés que llegar más muerto que vivo para que te atiendan", se queja Diego Medina, de 52 años, quien arribó desde Ranchillos por un problema de huesos. De pronto, un grito desgarrador rompe el silencio. Es la voz de Norma del Valle Gómez. Suplica que vean a su amigo, que es diabético y llegó con el pie a punto de explotar.
Las luces permanecen encendidas siempre. Los guardapolvos celestes van y vienen por las salas. Son casi las tres de la mañana del miércoles en el Hospital de Niños y en la sala de urgencias hay una decena de afligidos padres con sus respectivos hijos. Unos vuelan de fiebre, a otros les cuesta respirar. Ella tiene la mirada perdida, y nublada. Cada tanto se le escapa una lágrima. Luana nunca se había sentido tal mal en sus ocho años de vida. Apenas la niña contó que le dolía el corazón, sus papás la subieron a un taxi y le pidieron al chofer que apretara el acelerador bien fuerte para llegar lo antes posible desde Villa Luján hasta el hospital. "Pensé que si la dejaba dormir, tal vez se nos iba", confiesa la mamá, Nora Ledesma, mientras aguardaba, tres horas después, el diagnóstico.
Después del rescate de oxígeno que le dieron a su bebé de siete meses, Belén rezaba. "Pensé que lo perdía", dice la joven mamá que llegó desde El Manantial. "Tenemos un CAPS cerca, pero no tiene pediatra de noche; por eso no tenemos más opción que venir aquí", explica. Las horas pasan y ella quiere que amanezca cuanto antes. Los otros pacientes también. Para que el sufrimiento ceda. Porque, dicen, no hay peor enfermedad que la que se padece cuando casi todos duermen.
LA ANGUSTIA
Compañías nocturnas
Los familiares de quienes entran en estado grave pasan toda la noche en la puerta de la guardia, entre la incertidumbre y el dolor.
LA NECESIDAD
Críticas en la guardia
Los pacientes admiran cómo quedó la nueva guardia del Padilla. "Todo muy lindo, pero faltan médicos y enfermeros", reclaman mientras esperan.
LA GRAVEDAD
Más motociclistas
Una radiografía del trabajo en emergencias muestra cómo aumentó la cantidad de motociclistas heridos. La mayoría no usaba casco.
TODO UN POCO
Múltiples facetas
En una misma noche, los médicos y enfermeros se convierten en confidentes, resucitadores y terapeutas de los que llegan a la guardia.